Al hilo de todo el embolado de Cataluña de estos días (e inspirado por Víctor Olaya y por politikon) quiero contar una batallita.

Correría el año 2002 ó 2003, y yo, como buen veinteañero con ganas de arreglar el mundo entero, pero empezando por la Facultad de Informática de la UPM (que era donde estudiaba), me metí en Delegación de Alumnos. Y de ahí a un Consejo de Departamento. Y de ahí a una Junta de Facultad, y de ahí al Claustro Universitario, e incluso a una comisión electoral para Decano. Todo el politiqueo imaginable.

Eso me dio una visión distinta de cómo funcionaba la Facultad. Cuando uno tiene 18-19 años, uno se espera que todo funcione mágicamente, que los “adultos de verdad” sean infalibles y trabajen por el bien de los alumnos, del conocimiento, y de la sociedad.

Y fue ahí, en esos Consejos, Juntas, Claustros y Comisiones donde me di cuenta de que el departamento tal se lleva a muerte con el departamento nosecual porque a fulanito le dejaron elegir los despachos. Que nosequién mete esto en la asignatura porque los de la empresa tal le dan prima por pasarles becarios. Que partes de los edificios son ilegales pero da igual porque los funcionarios cobran plus de peligrosidad y no se quejan (pero a los alumnos que nos den). Que la corrupción es una cosa muy, muy sutil. Y que arreglarlo todo te cansa en extremo.

Fue en una pequeña charla después de una (frustrante) junta del DLSIIS cuando uno de mis profesores (Julio Mariño si mal no recuerdo) me dijo algo que se me grabó en la memoria:

A la Facultad hay que quererla como a un hijo tonto. Que igual nunca llegará a nada en la vida. Pero aunque te haya salido tonto, le quieres igual.

En ese punto de inflexión, la Facultad deja de ser un ente perfecto y maravilloso, y pasa a ser una máquina compleja que no puede evitar funcionar como funciona.

No puedo sino pensar también que a España también hay que quererla como a un hijo tonto.

España, te he dicho que dejes eso. España, no te metas eso en la boca, por favor. España, deja el puto barco de Piolín. España, mira, ¿no te das cuenta de que tus amigos te miran raro? España, te tengo dicho que eso te va a doler después.

No hay porqué estar orgulloso de España. No hay porqué tener esperanza. Pero aun así hay que cuidarla un poco y quererla, a pesar de todas las cagadas que hace, a pesar de todas las veces que no puedes evitar que se pegue una hostia (que al final también le duele a uno). Hay que quererla, con esa sensación de vergüenza y pena, por la única razón de que es lo que te ha tocado.